El Imperio Británico vivió su poca de máximo esplendor a mediados del siglo XIX, durante el reinado de Su Majestad Victoria I (1837 -1901). La economía inglesa, hasta el momento agraria y rural, logra alcanzar un crecimiento exponencial mediante la extensión de sus colonias, y la industria.
La máxima potencia mundial da lugar a una nueva clase social, la clase media, que rápidamente comenzó a dictar sus gustos y a imponer conductas.
La Gran Bretaña Victoriana es protagonista de la Revolución Industrial Británica. La mecanización y la industrialización comienzan a instalarse en las fábricas, el boom de la confección y la industria textil replica mundialmente y el PIB se dispara.
Las viviendas no contaban con agua corriente ni sistemas de ventilación. Las familias burguesas, acostumbradas a vivir con personal de servicio, no conocían las incomodidades para llevar adelante las tareas domésticas, lo complejo de acarrear agua o desplazarse desde la cocina al comedor, muchas veces a cincuenta metros de distancia.
Chimeneas, fuegos abiertos en las cocinas y falta de higiene, hacían los interiores de los edificios irrespirables y agobiantes. La cuestión del “aire puro”, no solo era asunto de comodidad.
A partir de las investigaciones realizadas por el Dr. John Snow, precursor de la epidemiologia en Londres durante los años 1840-50, con el auge las urbanizaciones y el hacinamiento daban origen a varias epidemias y a la teoría miasmática de la enfermedad.
Los científicos analizaron los componentes del aire, oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono, o ácido carbónico, como se decía entonces. La ventilación era necesaria para deshacerse de los olores, pero más importante aún para disminuir la cantidad de dióxido de carbono.
La arquitectura se consideraba un arte, y una actividad de “caballeros”, no de obreros, y los profesionales de la construcción estaban más preocupados por el aspecto que por el funcionamiento de los edificios.
El confort humano se evaluaba por la buena ventilación de los ambientes. En un principio, sólo eso, evacuar el aire viciado y reducir el nivel del dióxido de carbono; luego la temperatura, el vapor de agua, ionización, polvo y olores.
Rápidamente comenzaron a surgir inventos sobre sistemas de ventilación, tuberías, rejillas, modificación de las aberturas, carpinterías y publicaciones al respecto.
En 1841, la norteamericana Catherine Beecher escribe el libro “El tratado sobre la economía doméstica, para el uso de jóvenes amas de casa”. Planteaba reducir el tamaño de las viviendas, hasta entonces de grandes dimensiones y con varias personas de servicio, para hacerlas más confortables, acordes a las nuevas amas de casa, con medidas estudiadas y máquinas novedosas.
Criticando a los arquitectos, escribió: “…la ignorancia de los arquitectos y los constructores, por no haber encontrado métodos eficaces para ventilar las casas…”, acentuando la diferencia entre el enfoque visual de los arquitectos con el práctico de los ingenieros.
Christine Frederick, por su parte, escribió “El ama de casa”. Partidaria de la casa sin sirvientes, hacía hincapié en la mecanización de las tareas del hogar.
Se llamaron a sí mismas “ingenieras domésticas”.
Visitaron industrias, observaron cómo los obreros desarrollaban diferentes tareas e imitaron procesos de producción. Estudiaron medidas, alturas de las mesadas de trabajo, el orden de las herramientas, máquinas. Así lograron reducir el cansancio físico y evitar accidentes.
En 1927, la mitad de las casas que contaban con electricidad, utilizaba planchas y aspiradoras, atentas a la necesidad de las mujeres por reducir las tareas domésticas (salían al mercado laboral luego de la Primera Guerra Mundial).
La idea de la casa eficiente era la conjunción de organizar las tareas domésticas con las teorías que existían para optimizar la producción industrial en fábricas. Sin querer, dieron inicio a la idea de CONFORT DOMÉSTICO.
Aconsejaban a las amas de casa realizar un plano detallado de lo que hacía falta, y que el arquitecto solamente se ocupase del aspecto externo y los cálculos constructivos… Hasta el momento, en los libros de arquitectura se describía en los planos a la “cocina” como una habitación amplia, sin más especificaciones.
Beecher se ocupó de cambiar esa costumbre, detallando cada uno de los elementos: “fregadero”, cocina, espacios de guardado, superficie de trabajo, y la disposición de todos los artefactos eléctricos necesarios: planchas, aspiradoras, lavadoras, cafeteras, tostadoras, batidoras, etc.
No estaba preocupada por la moda ni los adornos complicados; su obsesión siempre fue el funcionamiento y la eficiencia.
En 1912, Frederick escribía columnas en “The Ladies Home Journal”, con tanto éxito que lanzó un curso por correspondencia, “Ingeniería Doméstica”. Incluía diagramas y fotografías sobre tareas como lavar, limpiar, ir de compras, y hasta establecer un presupuesto.
Analizando sus propios hábitos y los de sus amigas, diseñaron un plan claro de tareas, limpieza, orden, administración de tareas, hasta el momento delegadas al personal de servicio.