Es uno de los arquitectos más notables de los tiempos modernos. Y decimos “es” porque su presencia sigue más viva y brillante que nunca. “La arquitectura es una cuestión de sueños y fantasías; es belleza que se impone a la sensibilidad del hombre”, parece susurrarme, para que no queden dudas. El brasileño Oscar Niemeyer propone una manifestación del espíritu latinoamericano con un legado que trasciende las fronteras.
Las formas que concibió siguen resultando tan luminosas y sorprendentes como en su época, y acaso el tiempo las mejore todavía más. Estamos hablando de uno de los arquitectos que más huellas ha dejado en todo el planeta.
Reviso sus obras y me parece oír sus definiciones, tan cargadas de vida. Mientras hojeo una vez más su historia, siento su voz como una letanía sabia. “La arquitectura es como la poesía. No es una cosa rígida, algo que resuena con reglas y cartones, es algo que surge. Como un sueño.”
A una edad en la que muchos arquitectos no han hecho nada importante aún, él ya era, a principio de la década de 1940, una estrella en su país. A lo largo de siete décadas de trabajo proyectó unos 600 edificios (universidades, edificios residenciales, comerciales y administrativos, sambódromos, monumentos, museos...) y transformó ciudades, como Bab-Ezzouar en Argelia o la obra maestra en su tierra natal, la encantadora Brasilia.
Solo el trabajo en esa bella ciudad que es Brasilia, afirman los que saben, alcanzaría para colocarlo en el panteón de los grandes arquitectos modernos. ¿Observaron con detenimiento el estilo de la Catedral Metropolitana de esa ciudad, por citar un ejemplo que me conmovió?
Ahora parece aclararme algo innecesario: “Mi preocupación siempre es hacer algo diferente que cause sorpresa”. Y yo asiento. Sé que no ponía límite a su imaginación. De niño, se pasaba el día entero dibujando con el dedo en el aire, anticipando quizás lo que vendría, un arquitecto-poeta que no tendría ningún problema con la monumentalidad en contra de la pretendida sencillez.
“Nunca me asustó lo monumental, mientras estuviera adecuadamente justificado. Después de todo, lo que queda en la arquitectura son las obras monumentales, las que marcan la historia y la evolución técnica; aquellas que, de forma socialmente justificada o no, todavía nos conmueven. Siempre he rechazado la mediocre y equivocada idea de una arquitectura supuestamente más sencilla y cercana a la gente. En mi opinión, esta idea de la simplicidad arquitectónica es pura demagogia, una inaceptable discriminación que, en ocasiones, trasluce una reticencia creativa que solo puede explicarse mediante la falta de talento.”
Creo también que un artista debe estar ensimismado con su trabajo, más allá de los juicios que despierte. Su felicidad es su propia inspiración; de allí surge todo. Sea un pintor, un poeta, un arquitecto… o una estilista en decoración; cada uno en su dimensión. Y me lo confirma con sus palabras: “No quiero saber qué piensan los demás sobre mi labor. Creo en la intuición; mi arquitectura es una propuesta basada en la intuición. Lo importante para mí como arquitecto es hacer lo que me gusta, no lo que los demás quieren que haga”.
¿Dónde vive un hombre así? ¿Qué estilo de vivienda lo puede acompañar en sus días familiares? Basta ver su increíble casa en Canoas, para entender en qué consistía la cotidianeidad para su ingenio. Fue a contracorriente de la costumbre local, eligiendo un terreno alto que apenas permite ver la ciudad a través de la densa vegetación. Las curvas del edificio y de la piscina quedan interrumpidas por la fuerte presencia de la misma roca sobre la que se asienta la ciudad. Hormigón, vidrio y acero se pliegan a la inevitable voluntad de la tierra, mientras conserva su impronta moderna.
“La gente necesita soñar”, parece repetirme, insistentemente, una y otra vez. Y sí, es cierto, ¿cómo se puede vivir sin soñar?
Cuando recibió en 1988 el codiciado Premio Pritzker, la mención del jurado explicaba: “Hay un momento en la historia de una nación en el que una sola persona captura la esencia de su cultura y le da forma. Puede suceder con la música, la pintura, la escultura o la literatura. En Brasil, Oscar Niemeyer ha capturado esa esencia con su arquitectura. Sus edificios son una destilación de colores, luz y sensuales imágenes de su tierra natal. Está reconocido como un pionero en el uso de nuevos conceptos arquitectónicos en este hemisferio, y sus diseños son gestos artísticos con una lógica y una sustancia subyacentes. Su búsqueda de una gran arquitectura arraigada en su tierra natal ha resultado en nuevas formas plásticas y en edificios de gran lirismo, no solo en Brasil, sino también en el resto del mundo”.
Fue pionero en la exploración de las posibilidades plásticas y constructivas del hormigón armado. Sus estructuras lucen trazos sinuosos y seductores, que le dan al hormigón una nueva vida, cambiando el horizonte urbano de las ciudades. Bendiciéndolas con poesía. Lo explica él mismo: “No es el ángulo oblicuo el que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual presente en las montañas de mi país, en las olas del mar, en los cauces sinuosos de sus ríos y en los cuerpos de sus admiradas mujeres”.
Otro ejemplo es el curvado diseño del Teatro Popular de Niterói, con su blanco, rojo y amarillo.
Mientras disfruto del sutil atrevimiento que irrumpe en la geografía de cada lugar, del renacimiento que provocan en cada cielo sus cúpulas redondeadas, sigo escuchando su voz en ese idioma tan singular, que remite a lo alegre, a la belleza de lo fugaz de cada instante. Y tomo sus palabras como si me las dijera solo a mí: “La vida es un soplo. Todo termina. La inmortalidad es una fantasía, una forma de olvidar la realidad. Lo que importa es que estamos aquí, la vida, la gente. Abraza a los amigos, vive feliz. Cambia el mundo. Y nada más.”
Para quienes amamos la decoración y el estilismo, recorrer las imágenes de sus construcciones nos representa un placer visual, pero a la vez nos recuerda que es posible –y aún más, es necesario– conectar la poesía con los sitios que habitamos. Para mí, que tengo además un profundo amor por la escritura poética, simboliza un desafío constante, cotidiano, y siempre recompensado.
Sin dudas, Niemeyer fue (es) un creador que nos ayuda a vivir la vida como una fiesta. Un hombre que pareció haber sido construido con el hormigón lírico de sus ideas: llegó a los 105 años, falleciendo en 2012 luego de una vida tan prolífica como luminosa.
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“Quiero crear lo inesperado”, decía. Vaya si lo logró.